25 de junio de 2011

Los extremos del amor

Dicen que los extremos nunca son buenos, y que la única forma de lograr una vida feliz y saludable es "encontrar el equilibrio".

El equilibrio o el punto medio se puede aplicar a todos los aspectos de la vida... pero ¿habías pensado que también existe en el amor?

Como pueden observar en la siguiente gráfica: En el extremo izquierdo, vos estás tan fríiiiiaa, como la nieve a mi alrededoooorr ♪ ... bueno, eso, no te interesa ni un poco, flaco, andá a freír churros. En el derecho, te encajetaste tanto con el guacho que estás absolutamente obsesionada o como a mi me gusta llamarle, in-lust-eada (mezcla de "in love" expresión en inglés para "enamorada" y "lust", que significa lujuria), y obviamente, terminas odiando al amor.



Ustedes me dirán, decime pelotuda, y si estoy obsesionada con ESEEE y solamente ESSSEEEE me puede producir lo que me produce , y quiero a EEESSSEEEE... entonces ¿qué tiene de malo?

Y yo les digo: Las personas que están (o mejor dicho, que vos ubicás) en ese extremo, te producen tanta pero tanta admiración, tanto deseo y desesperación, que son capaces de anularte completamente hasta el punto de hacerte sentir incómoda. Hacen que siempre estés buscando su aprobación, llenándote de miedos e inseguridades.
No solo te cambias 29 veces porque sentís que te pongas lo que te pongas nunca vas a estar a su altura, si no que calculás cada palabra que vas a usar, borras y reescribís 74 veces los mensajes antes de mandarlos, y sos capaz de quedarte despierta la noche entera mirando el celular hasta que te conteste. Eso no es saludable, mamita. Lo peor es que por más que lo intentes, nunca podes ser cool adelante de esa persona, ni mucho menos demostrar todo lo que tenes para dar. Y eso trae, como bonus track, una frustración y un dolor bárbaro, porque vos SABES que si el chabon te viera por lo que sos, y no por la pelotuda en la cual te convertís cuando él está ahí, quizás sí se fijaría en vos como algo más que un pedazo de carne cojible/no cojible.
Es la típica obsesión que, oh surprise, nunca llega a nada. Un amigo me dijo que cuando uno idealiza al otro, nunca termina bien... quizás es porque eso NO es amor, sino una psicosis que si no es tratada puede llevarte a ser una mujer asesina o suicida.


Pero vayamos a la importante moraleja del día de hoy:
también EXISTE un punto medio.

Están esas personas con las que disfrutas pasar el tiempo, porque te sentís cómoda, relajada, como se da en el caso de la amistad. La amistad no es ni indiferencia ni obsesión, está ahí en el medio. Es un estar ahí para el otro, cuando quiera y viceversa. Es saber que ambos se aceptan y se quieren TAL CUAL SON. De hecho, estar con ellos te hace sentir BIEEEEEEN, te hace quererte y aceptarte más, porque eso es lo que ellos sienten por vos. Así es en la amistad, y me atrevo a decir también que así es en todas las relaciones amorosas exitosas.



Querido diario: Hoy aprendí que el amor no puede ser amor si no hay LIBERTAD.

Después de todo, todas queremos ser Gwen Stefani en este video, sin maquillaje, contentas, amadas... y claro, bien cojidas. =)




But, you see the colors in me like no one else



También puede interesarte: No todas las mujeres piensan lo mismo... o sí

23 de junio de 2011

El impulso final

Ficción emo, MUY EMO, encontrada en un word tirado por ahí... para los que les gustan mis bajones... no digan que no avisé.


Los guardianes del crepúsculo
saben de mi padecer
me aconsejan despegar mi nave a tiempo y desde el aire, saludar, saludar...

Caminaba errante por las calles oscuras, iluminadas únicamente por destellos naranjas reflejados en los charcos que quedaban de una lluvia que no había escuchado. ¿Cuándo había ocurrido el chaparrón? ¿O acaso había estado lloviznando constantemente la noche anterior, en completo silencio? No lo sabría, no podría saberlo nunca. El contacto humano era algo que había evitado tener durante esos días. ¿Cuántos días? Los contó desplegando dedos de una mano temblorosa, antes de volver a meterla en el bolsillo de su largo abrigo negro. Calculó que no habían pasado más que un par de semanas, aunque parecía un mes… o dos. Huyendo. Huyendo del pasado, caminando en círculos como si sin salirse de un patrón determinado, pudiera encontrar algo nuevo. No le emocionaba lo nuevo ya. No. Se había perdido en el miedo como un niño que se suelta de la mano de su madre y no la ve por unos segundos. Miedo que da ganas de llorar histéricamente, como si no hubiera un fin a las lágrimas que puede producir el cuerpo. Tocó el pañuelo arrugado y mojado en su bolsillo.

Había estado lloviendo… en todas partes. Y esta maldita ciudad que resurgía ante sus ojos, recordándole vidas pasadas. Vidas absolutamente olvidadas, como una foto que queda al fondo de un cajón. Levantó la vista después de algunas baldosas que emanaron el recuerdo. Ahí estaba el banco en que le habían dado su primer beso, su primer beso de amor, puro, joven, ingenuo. Estaba. ¿Cuándo lo habían sacado? Ahora sólo había un gran tobogán colorido en su lugar, rodeado de nuevos bancos, y flores recién florecidas. Ya no estaba. Cuando los lugares cambian es difícil creer que el recuerdo es real. Giró en una esquina inesperadamente. Cada calle más oscura, y seguramente más peligrosa. ¿A alguien le importaría si desapareciera en este mismo instante? ¿Si siguiera caminando hasta que no puedan encontrarme? Cruzó una calle con indiferencia, las chances de que un auto la atropellara a esas horas eran mínimas. Lástima. Tres adolescentes venían del lado opuesto, hablando y riendo tan fuerte que podía oírse el eco de sus voces. La miraron extrañadas por un segundo y siguieron camino. Cerró los ojos por unos segundos. Esas risas y esa alegría habían sido suyas. Había sido una de ellas en algún momento lejano, sintiendo que tenía toda la vida por delante, intercambiando sueños, haciendo planes. Enamorada. Había estado enamorada, varias veces, no sólo de un hombre, de la vida. Si estuviera enamorada ahora quizás estas nubes amarronadas que ensucian el cielo serían más lindas. Tan solo unos años atrás caminaba estas calles todas las noches, y en ese entonces le parecían hermosas. ¿Habían cambiado? No tanto. Ya no veía a través de esos ojos de antaño. Las hojas de los árboles se movían escandalosamente con el viento. Parecían monstruos que podían cobrar vida para atraparla, si se atrevía a detenerse.

A lo lejos vio un relámpago y escuchó el trueno aún lejano. ¿Qué haría si se largara a llover? No quería volver a casa. ¿Por qué ponen luces naranjas en la calle? ¿Por qué no blancas, o azules, o verdes? ¿Para simular el sol? Qué tenía de emocionante el sol todavía para la gente, no podía comprenderlo. Más luz. ¿Más luz para ver qué? Quizás por eso le gustaba la noche, porque la noche oculta a sus criaturas. A las criaturas de la noche nadie las quiere, no son felices, no les gusta el sol. El viento se volvió más fuerte y la calle se iluminó con un relámpago. Luz azul. Las lágrimas empujaban desde detrás de los ojos de nuevo. Se sentó en el escalón de una casa venida abajo. Las enredaderas caían desde dos balcones, las paredes corroídas por la humedad, pintura descascarada de quizás cien años atrás. Las luces estaban apagadas, la cuadra entera en completo silencio. Sacó su pañuelo arrugado del bolsillo. Era todo lo que tenía. Lloró hasta que le dieron arcadas. Estoy muriendo, estoy muriendo lentamente, pensó. ¿Cuánto puede llorar una persona? Si el agua desgasta la roca, ¿mis lágrimas no desgastan mi cuerpo? Hasta que la piel se caiga, hasta que me deshidrate, hasta que me ahogue.

La lluvia empezó a caer en grandes gotas, como piedras golpeándole la cabeza, Se levantó sollozando. No importaba ya disimular, el ruido de la lluvia la tapaba. Caminó sin querer hasta su última vida pasada. Era una foto que acababa de poner en el cajón, apenas cubierta por un par de objetos, todavía libre de polvo. Se enfrentó al edificio que se erguía ante ella. Antes suyo, completamente suyo. Ahora la miraba apáticamente. Como si no la conociera. Como si ella no conociera todas sus paredes, sus puertas, sus ventanas, sus pasillos, sus decoraciones. Como si no conociera la gente, los corazones rotos, los sueños, las ilusiones, las decepciones, las amistades, las alegrías, la historia…como si no hubiera vivido en él e impregnado sus emociones en cada pequeño rincón… como si ella misma hubiera sido borrada de esa foto, como si nunca hubiera existido. Como ese banco que guardaba el más dulce de sus recuerdos y de un día para el otro alguien se lo había llevado.

No era la primera vez que pasaba. Cada lugar que había sido suyo, cada lugar que había acunado miles de historias, de alguna forma se salía de sus manos, la expulsaba, la empujaba lentamente hasta salir para no volver jamás. Y aunque siempre había encontrado un nuevo hogar, el nuevo nunca era como el anterior. Eran hogares diferentes, como si ellos mismos supieran cuál era el siguiente paso a seguir. Estaba cansada de caminar. Volvió resignada a su casa. En la noche se erguía tranquila y silenciosa. La lluvia caía sobre las tejas y formaba una cortina ante la puerta de entrada. Como si no quisiera que volviera, pensó. Y esta casa no era más que otro hogar, de los tantos que había tenido en su vida. Otro escenario donde se habían escrito otros capítulos, el único del cual no había sido impulsada a salir. Hasta ahora. Atravesó la cortina de lluvia que caía ante la puerta y se sentó en el escalón que había bajo la misma. Allí se quedó, en el umbral, esperando el impulso final.